Nadie
negará que decidir si ir o no al gimnasio puede llegar a tener la envergadura
de un problema existencial. En un primer momento, dejándote llevar por una
especie de imperativo categórico, vas a apuntarte, con la seguridad propia de quien ha tomado la decisión correcta. Una vez dado este paso, sabes que tienes que ir, porque no hacerlo es como contravenir a un pacto que has signado contigo
misma. Y este es el problema. Si no estás suficientemente motivada, es casi
seguro que pronto dejarás de acudir a tus sesiones de entrenamiento.
A
mí, los gimnasios no me gustan especialmente, sin embargo he de reconocer que,
cuando voy, me siento mucho mejor que cuando decido no ir. Es una realidad: las
endorfinas que libera el cuerpo haciendo ejercicio son capaces de aliviar cualquier
malestar, físico o sicológico, que tenga.
Entonces ¿por qué me falla la constancia a la hora de ir cada semana? No lo sé. Creo que
se debe a cierta vagancia innata de la que me costa desprenderme… Esta debe ser
la razón. Si no, no me explico por qué continuo tropezando en la misma piedra:
pagar religiosamente mi cuota y no ir.
De
hecho, no acudía al gimnasio desde el mes de julio… Me da hasta vergüenza tener
que reconocerlo, pero... se acabó! He tomado consciencia de mi estado físico y
mental y he decido volver a mi rutina de máquinas y abdominales.
El
gimnasio al que voy es muy barato (19,90 euros al mes, incluidas las clases dirigidas) o low
cost, como se dice hoy en día, pero dispone de lo básico, está limpio (cosa
muy importante) y, sobretodo, está bastante cerca de mi casa. Hay gente de todo
tipo: jóvenes, señoras, señores y jubilados. Todo el mundo va a su ritmo y el
ambiente es relajado. Por lo menos, a las horas en las que voy yo.
Mi
entrenamiento es sencillo y dura aproximadamente una hora y media. Como no hay
entrenadores, sino solo responsables de sala, me he montado una rutina de
ejercicios que se basa en los “conocimientos” que he adquirido gracias a You Tube y Pinterest. A pesar de no ser lo más adecuado (como no lo es dignosticarse enfermedades y automedicarse no siendo médico), he de decir
que me va bien y me siento a gusto.
Por
lo que respeta a mi equipo de deporte, uso mallas negras de corte capri compradas en el Decathlon - son cómodas
y aguantan bien los lavados-, camisetas
de algodón de colores vivos y unas zapatillas de Nike muy alegres que compré en
los Estados Unidos. En mi mochila también llevo un botellín de agua, unos
cascos para escuchar música del móvil, una toalla, un candado para la taquilla,
el neceser de ducha con las chanclas de rigor y cuatro duros, por si me entra
hambre o me dejo el agua en casa.
Como dice todo el mundo que decide dedicar unas horas a la semana a las actividades deportivas, lo que hace falta para seguir adelante con los buenos propósitos son constancia y organización. Ambas capacidades muy propias de mi persona...
Como dice todo el mundo que decide dedicar unas horas a la semana a las actividades deportivas, lo que hace falta para seguir adelante con los buenos propósitos son constancia y organización. Ambas capacidades muy propias de mi persona...
Por eso digo que, de
momento, solo he vuelto, ahora habrá que ver si aguanto.
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