sábado, 27 de diciembre de 2014

El caldo de Navidad

Cuando la conocí, ya era muy mayor. Sin embargo, no tenía mucho en común con las mujeres de su edad que había conocido hasta entonces. Vivía rodeada de sus cosas en un magnífico piso del Eixample barceloní. Las habitaciones, decoradas con muebles antiguos, estaban llenas de objetos curiosos, fotografías y libros. Su casa tenía el aspecto abigarrado de los primeros museos: andróminas de épocas y de lugares lejanos, cada una con su historia.

Había viajado hasta latitudes que, por aquel entonces, tenían nombres de novela de aventuras. Leía en francés, porque en esta lengua había aprendido a hacerlo. Tenía un piano que ya no tocaba y unos bonitos dibujos de su juventud. Vestía ropa cortada a medida, de colores claros y telas bordadas. Se había separado de un hombre al que ya no amaba. Se hacía la manicura, cuidaba sus cejas y mantenía bien peinado su pelo blanquísimo.

Cuando yo la conocí, la enfermedad había encorvado su espalda, quitando gracia a su figura, dándole el aspecto de una princesa prematuramente envejecida. Sin embargo, era fácil intuir en sus rasgos la belleza que un tiempo fue. Sus retratos mostraban una mujer de pelo rubio y ojos azules, con pestañas largas, nariz pequeña y abierta sonrisa.

Al morir, dejó a uno de sus nietos su anillo de compromiso y la vajilla de la Cartuja que sólo sacaba en Navidad. El nieto me hizo entrega de ese anillo el día que se casó conmigo, cuando trajo a casa los platos y la receta del caldo.

…Hay que preparar el caldo con extrema cura, justo el día de la vigilia, añadiéndole los ingredientes poco a poco, sin prisa

Durante horas el caldo hierve en mi cocina, apoderándose de todos los cacharros que tengo, mientras lavo la vajilla buena y las copas de cristal. El caldo ocupa mi tiempo y alimenta mis inseguridades… hasta que uno de nosotros lo prueba – quemándose un poco la lengua – y sentencia que ya está, que ya podemos apagar el fuego y dejarlo reposar en la oscuridad de la noche.

La mañana siguiente, lo “decantamos”, lo filtramos y lo dejamos listo para hacer la sopa de galets. Guardamos la carn d’olla, colocamos en bandejas las pilotas, las butifarras, los garbanzos, la col y las patatas y vamos sacándolo todo en procesión. Yo no lo sabía, porque soy de otro país, pero la preparación del caldo es, para mi familia, un verdadero ritual, en el que todos tenemos un papel asignado. 

Cuando nos sentamos a comer, de golpe se hace el silencio. Estoy expectante, observo las caras de mis comensales que acaban de probar la primera cucharada… Las tradiciones me gustan y me sabe muy mal que se pierdan por simple desidia. Por eso, aunque me cueste mucho trabajo, el día de Navidad, en mi casa, servimos el caldo de la abuela, el caldo de la postguerra, hecho con todo lo que da sabor a la vida.

2 comentarios:

  1. Con tu artículo has sabido expresar todo lo que significa la preparación de la Navidad. Incluso, has sabido acercarnos el aroma de los hogares cuando llegan estas fechas y abrimos las cocinas donde se preparan estos manjares.

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    1. M'alegro que us hagi agradat! Per mi és tota una aventura. Gràcies per llegir-me.

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