Tendemos
a hacer de la infancia un mito, una especie de mito fundacional de
nuestra existencia. Debe de ser por eso que todo lo que pasa en aquellos
años acaba adquiriendo, en nuestra memoria, el aspecto borroso
de las antiguas fotografías.
Como
los demás, yo también de mi infancia guardo unas cuantas imágenes, a menudo
sacadas de contexto. Y entre ellas está justamente la del tocador
que da nombre a esta entrada.
El
tocador era sencillo y elegante, de madera sólida, con unos cajones pequeños y
un espejo grande. Había perdido parte del barniz que en otro día le daba
lustre, pero se podían ver todavía los insertos de madera más clara
que lo decoraban con dibujos imaginarios. Estaba a oscuras, en una
habitación medio vacía - o llena de trastos según se mire
- abandonado, pues había perdido ya toda su función. Recuerdo que, a
escondidas de mis padres, me dispuse a limpiarlo con la intención de devolverlo
a la realidad de los espacios vivos porque me parecía muy bello. No había en
mi piso de ciudad un mueble tan extraordinario.
Yo
no sabía de quien era, porque en aquella casa vieja y casi en ruinas habían
vivido muchas mujeres de mi familia. Me quedé sorprendida cuando mi tía me
explicó que era de mi abuela. Mi abuela, vestida de negro, con su
mirada triste, hacía años que no se miraba en un espejo. Cuando murió su
marido, quien por cierto había comprado ese tocador para ella, su tercera
esposa, mi abuela se cerró a la vida, al amor y a la belleza. Hizo de tripas
corazón y se dedicó a sacar adelante a mi padre, su único hijo, haciendo todo
lo posible para que tuviera lo mejor.
Mi abuela
tenía un bello tocador de madera, con los cajones vacíos. No sé a dónde
fue a parar porque mi padre acabó vendiendo aquella casa. Yo no tengo tocador,
pero sí muchas cosas con las que llenarlos. Así es la vida. Por eso, pasados
unos cuantos años de su muerte, me gustaría dedicar a Josephine todo lo que
escribo.
No se puede tener más clase. Nos vemos!
ResponderEliminarTu texto, así como tu tocador, también resulta sencillo y elegante. ¡Espero que tengas la suerte que te mereces llenando sus cajones de belleza... y de literatura!
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