Cuando la conocí, ya era muy mayor. Sin embargo, no tenía mucho en común
con las mujeres de su edad que había conocido hasta entonces. Vivía rodeada de
sus cosas en un magnífico piso del Eixample
barceloní. Las habitaciones, decoradas con muebles antiguos, estaban llenas
de objetos curiosos, fotografías y libros. Su casa tenía el aspecto abigarrado
de los primeros museos: andróminas de épocas y de lugares lejanos, cada una con
su historia.
Había viajado hasta latitudes que, por aquel entonces, tenían nombres de
novela de aventuras. Leía en francés, porque en esta lengua había aprendido a
hacerlo. Tenía un piano que ya no tocaba y unos bonitos dibujos de su juventud.
Vestía ropa cortada a medida, de colores claros y telas bordadas. Se había
separado de un hombre al que ya no amaba. Se hacía la manicura, cuidaba sus
cejas y mantenía bien peinado su pelo blanquísimo.
Cuando yo la conocí, la enfermedad
había encorvado su espalda, quitando gracia a su figura, dándole el aspecto de
una princesa prematuramente envejecida. Sin embargo, era fácil intuir en sus
rasgos la belleza que un tiempo fue. Sus retratos mostraban una mujer de pelo
rubio y ojos azules, con pestañas largas, nariz pequeña y abierta sonrisa.
Al morir, dejó a uno de sus nietos su anillo de compromiso y la vajilla de
la Cartuja que sólo sacaba en Navidad. El nieto me hizo entrega de ese anillo
el día que se casó conmigo, cuando trajo a casa los platos y la receta del
caldo.
…Hay que preparar el caldo con
extrema cura, justo el día de la vigilia, añadiéndole los ingredientes poco a
poco, sin prisa…
Durante horas el caldo hierve en mi cocina, apoderándose de todos los
cacharros que tengo, mientras lavo la vajilla buena y las copas de cristal. El
caldo ocupa mi tiempo y alimenta mis inseguridades… hasta que uno de nosotros
lo prueba – quemándose un poco la lengua – y sentencia que ya está, que ya
podemos apagar el fuego y dejarlo reposar en la oscuridad de la noche.
La mañana siguiente, lo “decantamos”, lo filtramos y lo dejamos listo para
hacer la sopa de galets. Guardamos la
carn d’olla, colocamos en bandejas las pilotas,
las butifarras, los garbanzos, la col y las patatas y vamos sacándolo
todo en procesión. Yo no lo sabía, porque soy de otro país, pero la preparación
del caldo es, para mi familia, un verdadero ritual, en el que todos tenemos un papel
asignado.
Con tu artículo has sabido expresar todo lo que significa la preparación de la Navidad. Incluso, has sabido acercarnos el aroma de los hogares cuando llegan estas fechas y abrimos las cocinas donde se preparan estos manjares.
ResponderEliminarM'alegro que us hagi agradat! Per mi és tota una aventura. Gràcies per llegir-me.
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