miércoles, 7 de enero de 2015

La ciudad de las aguas


A veces, cuando no consigo coger el sueño, porque los fantasmas del día siguen persiguiéndome de noche, estirada boca arriba en mi cama, me sumerjo en las aguas cálidas del mar. Si hay algo que me gusta  es nadar debajo del agua con los ojos abiertos y la respiración cortada. Es como entrar en otra dimensión. Mi cuerpo se vuelve liviano, liso y reluciente… Lentamente me empujo hacia arriba, encorvando la espalda y rompiendo el espejo brillante de la superficie marina.

Cojo aire, mis labios saben a sal. Me seco los ojos con el dorso de la mano y miro. El sol, alto en un cielo libre de nubes, es tan fuerte que me deslumbra, pero solo un momento. Es verano en el Mediterráneo. El aire es puro, la brisa anula la sensación de calor. La luz clara juega con las olas del mar, creando bonitos reflejos de lentejuelas doradas. Todo está en calma. De vez en cuando, se oye el grito de alguna gaviota azarosa. A lo lejos, el perfil de una silla de montar regala un aspecto curioso  la montaña que tengo delante.









Es mi ciudad. Es su playa. Es su mar. Es el lugar que me ha visto feliz, el sitio al que vuelvo en mis sueños siempre que los sueños me dejan volver.

Se llama Cagliari y no es muy grande: tiene las medidas perfectas de la típica ciudad italiana de provincias, con sus edificios de corte neoclásico, su Piazza Garibaldi, sus concurridas calles comerciales en el centro histórico.

Sin embargo, hay algo que la hace especial, diferente. Su catedral no tiene plaza, prefiere esconderse entre callejuelas sombrías sorprendiendo al visitante incauto. Desde lo alto de sus murallas, de sus torres, de su bastión de rocas blancas, se mire por donde se mire,  solo se ve el mar, el mar alrededor de todo, sin solución de continuidad. Si se llega a Cagliari en barco, ella aparece  de golpe cuando ya se está muy próximo: es como si levantara sobre las aguas, flotando entre las olas, borrosa como un espejismo.

Quizás no tenga una historia ilustre, pero por ella han pasado todos: los fenicios que la fundaron, los romanos que conquistaron, y después los vándalos, los catalanes… gente de mar, dibujantes de rutas que tropezaban en las costas de la isla que la hospeda. Es una ciudad conquistada, Cagliari, una ciudad mil veces reconstruida. Debe ser por eso que  su gente es tan peculiar, tan deseosa de vivir al día sin pensar demasiado en un mañana que seguramente vendrá.

Cuando se nace en una ciudad que es isla en una isla, se vive entre la nostalgia y la esperanza, como si la vida no acabara nunca, mirando al futuro con los ojos llenos de lágrimas y la sonrisa en los labios. 




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